viernes, 30 de octubre de 2009
El Joven Manos de Tijera
La noche cierra sus manos. Y escucha una música de golpes precisos. Un golpe aquí, otro allá. El hielo cede, se alisa, se curva. Un conjunto de líneas van mostrando una figura humana. Y después otra, y otra. Los muchos golpes crean muchas estatuas de hielo. Y entonces la noche, antes con sus manos tensas, contraídas, aplastadas, quiere aplaudir por tanta belleza tallada en los bloques helados. Y la nieve empieza a caer. La lluvia de los copos nevados, bajo la que baila una mujer, que celebra el arte inventado por un joven, con un filo creador en las manos...
Las tijeras de Edward son, así, centro de una ambivalencia fundamental, expresada como la dualidad de la acción del cortar: el corte que destruye y el que crea. Y la anciana Kim termina de recordar. Sabe que Edward vive aún en su mansión donde no hay posibilidad de evasión o negación respecto a la condición creadora de la realidad. Edward no deja de crear. Eso lo salva, compensa o redime su origen monstruoso o anti-natural. Y lo mantiene joven, libre de la vejez demoledora.
Y la última imagen es la nieve que resurge. La nueva evidencia de que la creación puede derramar la nieve mágica. Esa lluvia de blancos cristales que, gracias a un artista creador, siempre caerá sobre nuestro mundo conocido. Ese mundo que necesita muchos colores llamativos para disfrazar su cansancio.
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